Café y lluvia en Amsterdam

Mi primer viaje a Europa me llevo a Colonia por trabajo. Luego de una semana laborando en la ciudad alemana, decidí quedarme unos días más para conocer otro lugar. Tenía dos opciones: Amsterdam o Munich. La primera estaba a una hora en tren, la segunda a tres. Como no tenía mucho dinero acudí a mi hermano mayor, quien me envió desde los Estados Unidos el equivalente a 150 euros por Western Union. ¡Listo! Fui a la estación de trenes un viernes y compré mi boleto para el día siguiente: ida y vuelta el mismo día, no había plata para quedarme una noche en la capital holandesa.

Los canales de la paz
Los canales de la paz

Llegué a Amsterdam a eso de los nueve de la mañana. De inmediato, entré a una estación de trenes y le pregunté a un policía, en un inglés casi aceptable, en cuál estación debía bajarme si quería conocer lo mejor de la ciudad. El hombre por poco no me lleva de la mano durante todo el trayecto, muy amable y servicial ante este turista un poco perdido. Al salir de la estación encontré el día gris pero tranquilo, vestido de bicicletas que rodaban en todos los sentidos, adornado de canales que destilaban paz y mucha gente caminando sin apuro alguno.

Muy abrigado comencé a pasear y disfrutar de esas callejuelas angostas llenas de vida y de color a pesar del clima, porque así es Amsterdam, puede estar oscuro pero siempre encuentras un ápice de luz y un paisaje que te ablanda el día. Andando entre cafés y boutiques , me di cuenta que había estado pasando al lado de una exposición de obras de arte callejera: cuadros expuestos en las vallas que sirven para colocar publicidad. La ciudad forrada en arte, una delicia.

Luego, la lluvia hizo acto de presencia y, al menos yo, no pensaba resguardarme en ningún sitio. Mi recorrido por la ciudad no lo detendría ni una fina llovizna ni el más fuerte de los aguaceros. Para mi sorpresa, toda la gente que se encontraba a mi alrededor se unió a mi pensamiento: nadie corrió, nadie se escondió, nadie brincó charcos, nadie maldijo la lluvia. Paraguas arriba y el paseo seguía.

Pasarela sobre los canales.
Pasarela sobre los canales
HPIM0193
Lindo recuerdo de la ciudad

Mientras las fuertes gotas golpeaban los cuerpos abrigados, las mesas de los cafés no parecían estar preparados para la cantidad de personas que deseaban un sorbo de café o té. Pero lo que más me sorprendió fue que la gente quería una mesa ¡¡¡afuera!!!. Sí, afuera. Querían combinar el ejercicio de beber y ver, y yo me anoté en esa también. Ese día aprendí que sí se puede juntar la lluvia y el café, y que el vital líquido -el café es un vital líquido para mi-, es más sabroso con ese olor que emana de la lluvia cuando toca los árboles.

Si van algún día a Amsterdam, no olviden tomar el tren, caminar, tomar un café y pararse a ver la gente pasar. Y si llueve, mejor.

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