
Ya tocaba dejar atrás el amargo capítulo con las estrellas de TAM. Había buen ambiente de Sao Paulo, al menos eso noté en el aeropuerto, donde encontré gente de muchos países; unos más perdidos que otros. Me esperaban dos noches antes de encontrarme con mi hermano menor en Salvador de Bahía.
Esperé el autobús que me trasladaría gratis al hotel. Iba yo solo. Llegué, hice el check-in y me acomodé en la habitación. Cuando me asomé por la ventana, pensé que estaba en el centro de Caracas: altos edificios antiguos, calles angostas con poco espacio para los peatones y muchos carros. Sao Paulo es Caracas pero tres veces más grande.
Salí a conocer lo más cercano porque ya estaba avanzada la tarde y los empleados del Metro seguían en huelga. Salí del hotel, recorrí una corto trecho y me encontré con un boulevard muy parecido a La Marrón, por allá cerca de la Asamblea Nacional, y gente de todo tipo que te ofrecía desde una vuvuzela hasta celulares. Pero lo más desagradable fue escuchar, durante toda la caminata, música con ese ritmo de la canción que pegó aquí -en Venezuela pega cualquier cosa menos la buena música-, de Michel Teló. Ese ritmo arcaico se escuchaba por todos lados allá. No quedaba otra que volver al hotel y planificar el día de mañana.


Afortunadamente, al día siguiente la huelga del Metro concluyó. Eso me permitió movilizarme con facilidad. Ciudad con Metro es más ciudad. Tuve que tomar un autobús para llegar a una estación del metro. Todos los autobuses son iguales y solo se detienen en las paradas respectivas; en todos hay un colector que tiene su propio asiento. Pasaje mínimo: 3 reais, es decir, poco más de un dólar. Para mi: 11, 50 ó 70 bs, como ustedes lo quieran ver.
Mi primera parada turística fue la avenida Paulista. Larga y con mucho espacio para caminar. Lo primero que me llamó la atención: los kioscos. Eran grandes, prácticamente, unas mini librerías. Sin duda, es una avenida con mucho estilo, más con un clima de 15 grados y gente abrigada como si fuese Londres en cualquier mes. Recargue energías en un Starbucks y me fui en Metro al mercado principal de la ciudad para probar el famoso pan de mortadela: nada del otro mundo. Eso sí, es un mercado muy limpio y organizado, a pesar de que la ubicación no es la mejor.

Antes de llegar a ese mercado, al bajar del metro, conocí a dos bolivianos. Uno estaba vestido de Fuleco, la mascota del Mundial, y el otro llevaba una cámara fotográfica en la mano. Cobraban 5 reales por una foto. Me contaron que habían llegado a Brasil por tierra tras 40 horas. Se quedarían todo el mes en Sao Paulo para sacarle provecho a la fiesta del fútbol. Me preguntaron si era verdad todo lo que se decía de Venezuela, que cómo era eso que teníamos varios tipos de cambio. Y según ellos, en Bolivia estaba todo bien.


Por último, no podía dejar de visitar el Arena Corinthians, sede de la inauguración del Mundial. Llegue en Metro también. Aún estaban soldando en algunos sectores del estadio, a dos días del Brasil-Croacia. Por fuera muy lindo y con una estructura extraña. Me encontré con un colega de El Universal, pero no pudimos hablar mucho. Grabé, tomé algunas fotos y listo, de vuelta al hotel.


Al día siguiente debía estar temprano en el aeropuerto para tomar mi vuelo a Salvador de Bahía: por esos lados comenzaría el Mundial para mí.