Dejé Sao Paulo y me fui rumbo a Salvador; dos ciudades que no se parecen en nada. Ya en el Aeropuerto Luis Eduardo Magalhaes me encontré con mi hermano. Pasamos por el stand de la FIFA y retiramos las entradas. Nos esperaban tres partidos en esa caliente ciudad.
Ya en el taxi vía al hotel, conversamos con el chofer de todo un poco: de fútbol, de la ciudad, la comida y acerca de los lugares que nos recomendaba. Al hablar del deporte rey, fue tajante: «Brasil no ganará el Mundial, no los veo preparados». También nos hizo una sugerencia a la hora de pedir cerveza brasilera: «no tomen Brahma, es lo peor».
Llegamos al hotel como en veinte minutos. Algo de tráfico pero ligero. Dejamos nuestras cosas y salimos a caminar. El contraste era impresionante: al lado del hotel había un gimnasio espectacular, y al lado del gimnasio había una favela. Era una zona modesta que también tenía un supermercado (Perini) lujoso y donde se veía gente de clase media, y también donde vi una cantidad de quesos que jamás en mi vida había visto. Se hizo de noche y caminábamos hacia el estadio Fonte Nova para conocerlo, estaba a 20 minutos del hotel a pie. Hicimos una parada en un Subway para cenar y seguimos al estadio. Estaba iluminado y se veía imponente. La caminata nos medio cansó y también nos medio asustó. Muchas favelas por el sector pero luego comprendimos que era una zona tranquila.
Llegó el día de la inauguración y nos fuimos al Fan Fest a ver el juego. Un autobús nos dejó cerca del lugar y en el recorrido conocimos a dos hermanos holandeses. Uno de ellos hablaba bien el español y había estado aquí en Venezuela, en San Cristóbal. «Quiero volver pero me han dicho que mejor no, que la cosa no está bien». Lo mejor es que se quede en Amsterdam viendo las noticias.
El Fan Fest es una fiesta de marcas, y cada una tiene algo para llamar la atención. Regalaban de todo: inflables, vasos, bloqueadores y algunos premios. Se acercaba la hora del partido y había que ubicarse en la gramita y buscar un buen puesto. Jugaba Brasil y no quedaría espacio para nadie. Recuerdo claramente el momento del himno, todos lo cantaban con una pasión increíble. Se me erizó la piel. ¡Qué momento! Ganó Brasil, todos se fueron contentos pero sabían que el árbitro había echado una mano.
Y llegó el gran día, el día de nuestro primer partido en un Mundial: España vs Holanda. Estaban cerradas algunas calles y caminamos al estadio, emocionados. Había que almorzar antes de ingresar al Fonte Nova. Así que caímos en un restaurante medio casero en los alrededores. Un señor nos invitó a sentarnos en su mesa. Resulta que era un periodista español , corresponsal de Caracol en Madrid y había sido enviado para hacer la cobertura de todos los partidos de España. Él, por supuesto, pensó que serían siete. Mi hermano y yo le dijimos que no pensábamos que en este Mundial España llegase a semifinales. Él respondió: «creo que España no ha cambiado mucho desde 2012, que ganamos la Euro, entonces por ahí deberíamos hacer buen papel. No sé». No sabía lo que le esperaba horas después. Luego preguntó: «y tú que vienes del puto paraíso de las mujeres bellas, qué te han parecido las de aquí?». Nada del otro mundo, respondí.

Entrar al estadio fue muy sencillo, la organización estuvo perfecta. Fotos por aquí, fotos por allá y ya estábamos adentro. Nos pareció inmenso al comenzar a recorrerlo. El Fan Shop estaba repleto: una franela con el logo del Mundial, 40 dólares; una chemise, 60$; un balón, 50$; un imán, 15$; un cd, 25$; una gorra, 20$. Y la gente compraba y compraba. Nosotros también, claro.

Nos tocó sentarnos en la parte de arriba, pero apenas comenzó el partido, mi hermano se dio cuenta que abajo, cerca del campo, habían puestos vacíos. Así que bajamos de una y nos sentamos. Más VIP, imposible. Caímos justo en el penal que marcó Xabi Alonso. Nosotros no esperábamos ver tantos goles, pero ese partido pagó todo el viaje, qué golazos que vimos ese día. El de Van Persie y el de Robben que sacó a pasear a Casillas pagaron la entrada. Sencillamente disfrutamos de un partidazo sin apoyar a ninguna de las dos selecciones, aunque con una leve simpatía por los naranjas.

Luego tocó el turno del Alemania vs Portugal. Quizás esperábamos más de ese partido, algo más apretado, pero la expulsión de la bestia de Pepe lo echó todo a perder. Alemania es una máquina, quiere siempre más goles. Y su fanaticada ni se diga, alientan todo el partido y se entienden de una grada a otra. Hoy podemos decir que vimos al campeón.

Último día en Salvador y último partido: Francia vs Suiza. Otro festival de goles. Los franceses también animan a su selección todo el partido; los suizos ganaron pero en vestimenta. Mucha camaradería entre suizos y galos. No nos podíamos quejar: vimos en Salvador 3 juegos y 17 goles. Sin duda, la ciudad de los goles.