
Salvador es una ciudad llena de contrastes, como la mayoría de las ciudades latinoamericanas. Una señora que había estado allí antes, me comentó antes de viajar: «es una ciudad que te gusta o no te gusta, no dirás que te gustó más o menos o que no te gusto mucho». La cuestión es que en pleno Mundial las cosas cambian: más seguridad, más limpieza, más orden, y eso, obviamente, te da otra perspectiva del lugar. Mi hermano y yo podemos decir que conocimos lo más interesante de esa urbe.
En el centro histórico de la ciudad se encuentra Pelourinho, un acogedor sitio con calles angostas y de piedras; muchos cafés y restaurantes. También mucho vendedor ambulante, de cualquier cosa, principalmente comida. Todos aprovechando las bondades del Mundial: turistas que gastan. También hay una iglesia que tiene por dentro 800 kilos de oro. Cobran 3 dólares la entrada. Al salir, conversamos un rato con el que recibe los tickets. Le dije en broma y en serio que si no le parecía vender todo ese oro e invertirlo en la ciudad. Ofendido respondió: «esto que hay aquí tiene más valor que el dinero».


Pasamos varias noches en Pelourinho tomando caipirinha callejera a tres dolares. Muy buena por cierto. Era agradable sentarse en la plaza a ver y oír cantar a los alemanes, portugueses, franceses, y cualquier grupo de fanáticos. Una noche nos comimos unas pizzitas a un dólar; lástima que fue solo una noche. Luego descubrimos el quesito asado; un vicio. Eran jóvenes que caminaban por todos lados con su ollita y sus quesos. Era fácil conseguirlos. Y así se fueron las noches en Pelourinho; eso sí, si te metes en una cuadra «equivocada», te dejan limpio.


También paseamos bien la zona del Fan Fest, que era Barra y el Faro. Un boulevard tranquilo, con su playita, varias franquicias de comida y un centro comercial llamado Shopping Barra. Allí comenzó la historia de amor de mi hermano con el pan de queso, la cual se extendió hasta Rio de Janeiro. Un pan redondo, pequeño, suave y muy sabroso. Algo tradicional en toda Brasil.


Lapa fue otro lugar que visitamos. Allá le caímos de una al famoso Fogo de Chao, un all you can eat demasiado bueno. ¡Impelable! 100 reais por persona, que son unos 45 dolares, pero se come sabroso. Yo solo pasaba en mi mente de reais a dolares, porque si todo lo convertía en bolívares, me iba a morir de hambre. La zona está llena de locales nocturnos, con música brasilera en vivo. Es visitada por muchos jóvenes y por esos días no cabía un turista más en la plaza del lugar: muchísimas mesas llenas de cervezas y también mucha prostituta.


Así se fueron diez días en Salvador. Camino al aeropuerto, el taxista nos dijo algo que nos dejó locos. Le preguntamos cuál era la mejor zona de la ciudad y la señaló cuando pasamos por allí y soltó: «ahí un apartamento te puede costar 400 mil dólares».