Mi primer Mundial: Río de Janeiro, una fiesta perpetua (VI)

Llegamos al aeropuerto de Río de Janeiro un sábado, como a la 1 de la mañana. Nos quedamos hasta el amanecer. Medio dormimos en el lobby del único hotel que se encontraba allí dentro. Querían cobrarnos poco más de 200 dólares por dormir en una sus habitaciones unas cuatro horas. Así que nos sentamos en sus muebles y dormimos para recuperar fuerzas. Cero dólares y nadie nos dijo nada.

El aeropuerto tiene su línea de taxis y nos estaban cobrando hasta el hotel 35 dolares; salimos y conseguimos un taxi que nos llevo por 20. Llegamos al hotel, y como no podíamos hacer el check in por la hora, dejamos las maletas y arrancamos al famoso Cristo Redentor. Teníamos cerca una estación del metro y eso facilitó todo. También teníamos cerca el Maracaná. La ubicación del hotel era buena y el clima perfecto: 20 grados.

Y llegamos al famoso Corcovado, una de las maravillas del mundo. Imponente, sí, pero no fue algo que me sorprendió ni que me transmitió una vibra especial. Afortunados los que fueron y sintieron eso o algo parecido. Eso sí, la vista del Maracaná es brutal. Nos tomamos las fotos respectivas, disfrutamos el paisaje y bajamos nuevamente a la ciudad.

Cristo Redentor
Cristo Redentor
El Maracaná desde el Cristo Corcovado
El Maracaná desde el Cristo Corcovado

Ya abajo comenzamos a caminar sin rumbo fijo. El clima te animaba a caminar. Nos sentíamos en una verdadera ciudad. Obviamente, no se puede comparar a Río con Salvador de Bahía, pero fue demasiado el cambio que dimos entre una urbe y otra. Llegamos, sin querer, hasta Botafogo, una de las zonas más famosas. Una playa, centros comerciales, Starbucks y edificios empresariales la rodean. Una sector muy agradable.

Otra de las famosas atracciones es Pan de Azúcar. Son dos paradas y cada una te deja sin aliento por la vista que tienen de la ciudad. Tienen un bar-cafetería para te tomes un traguito, o si te provoca agua de coco también la puedes comprar. Tienen zonas verdes muy peculiares y agradables.

Desde Pan de Azúcar
Desde Pan de Azúcar
Vista desde Pan de Azúcar
Vista desde Pan de Azúcar
Vista de Copacabana desde Pan de Azúcar
Vista de Copacabana desde Pan de Azúcar
Desde Pan de Azúcar
Desde Pan de Azúcar

Y llegó el día para conocer Copacabana e Ipanema. Mejor que como se ve en fotos o en televisión. Copacabana era un desfile de nacionalidades y una fiesta que no paraba en ningún momento. Sus kilómetros de playa estaban repletas de porterías y mallas de voleibol. Gente bañándose, tomando sol, jugando, bebiendo. El fan shop de la FIFA era el más grande y vendían desde paraguas, hasta anillos, pasando por vinos con el logo de la FIFA. Al Fan Fest de Copacabana todos querían entrar, al menos un rato. Siempre había cola, pero entrabas.

Copacabana, fiesta perpetua
Copacabana, fiesta perpetua
El famoso piso de Copacabana
El famoso piso de Copacabana
Copacabana
Copacabana
El Fan Shop de la FIFA, en Copacabana
El Fan Shop de la FIFA, en Copacabana

Luego llegamos a Ipanema, que es más exclusivo que Copacabana. No hay buhoneros y no se concentra tanta gente. Sabroso ver gente de todas las edades trotando, jugando; a familias disfrutando de la arena con sus niños. Lo bueno es que por todo esa zona pasan autobuses, todos iguales: blancos y con un rotulado que solo dice «Ciudad de Rio de Janeiro». Nada de nombres de algún político ni partido. Una de las cosas que más me gustó fue lo bien iluminado que está la playa, eso incentiva a la practica del deporte a cualquier hora. Claro, también hay bichitos que te ofrecen droga a cualquier hora. En una de las porterías de Ipanema, mi hermano y yo nos lanzamos una tanda de penales nocturna. Me ganó 10 a 9. Quiero revancha.

Ipanema
Ipanema
A punto de arrancar la tanda de penales en Ipanema
A punto de arrancar la tanda de penales en Ipanema

Otro día conocimos Leblon, una de las zonas más exclusivas de Río. Comimos por allá y paseamos un centro comercial. Sus calles llenas de cafés, restaurantes, teatros y centros comerciales, la hacen muy vistosa. Ese día, cansados de la harina de mandoca en todos los platos, de la bendita feijoada, vimos un local llamado «El Chalaco», de comida peruana, y de una entramos: un cebichito y un postre de lucuma nos aliviaron un poco el estómago.

Cebiche en El Chalaco
Cebiche en El Chalaco

Sí regresaría a Río de Janeiro para caminarla más y mejor, con menos gente y me hospedaría por los lados de Copacabana. Sentarse un rato y ver a la gente caminar o jugar futvoley, tomando un café o una cerveza, a eso de las 5 de la tarde, deber ser parte de esos momentos que todos nos merecemos.

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