Pasé la navidad en Margarita junto a mi familia. El camino de ida, para los que no nos gusta manejar mucho, es fastidioso. Sin embargo, debo confesar que la vía hasta Puerto La Cruz está en buen estado, obviamente, bajo la luz del sol, porque de noche es una incógnita. El día que partimos no vimos muchos carros en la vía; la carretera estaba sabrosa.
Compramos boletos por la compañía de ferry Cacique Express -que de express no tiene nada-, y antes de llegar tenía mis dudas respecto al momento de abordar y a la hora de partida. Para mi sorpresa, la entrada al ferry fue ordenada y lo mejor: salió a la hora pautada. ¡¡¡Pero tardó 4 horas!!! Horas que se hicieron eternas. Más cuando compras boletos VIP y los asientos son más incómodos que los de Conviasa.
Ya en la isla, me acomodé en el apartamento que alquilamos junto a mi primo y fui a encontrarme con otra parte del grupo que ya tenía días allá. Tras los cuentos del viaje, mi tía comentó que no conseguía ni huevos ni carne ni pollo. Hizo énfasis en los huevos porque le gusta mucho; a mi hija también. No había tiempo para muchos cuentos, ya era de noche y al día siguiente había que pararse temprano.
Ya de día, salimos a comprar pan para desayunar. Pasamos por un Farmatodo y vimos una larga cola de gente. No me sorprendió, total, estaba en una isla pero no fuera de Venezuela. Ya nos acostumbramos y para muchos es algo normal. Ese día nos fuimos a playa Parguito. Ni mucha ni poca gente, normal. Era sábado y nuestro primer día en Margarita, momento ideal para comernos un pescadito frito. El mesonero se acerca y nos dice: «tenemos pargo frito, también catalana, con tostón y ensalada. 990 bs». El precio me pareció una barbaridad y preferí cambiar pescado por empanadas de 25 bs.
Ya de regreso, vimos como un restaurante estaba lleno de policías. En ese lugar, le acababan de dar dos tiros a Carl Herrera mientras comía. Mientras manejaba pensaba que aquí las vacaciones son una intriga; una suerte de ruleta rusa donde en cualquier momento te puede tocar a ti; que ir a la playa, más que una diversión, puede convertirse en una tragedia. En fin, el viaje estaba comenzando y había que seguir. A todas estas, nada que aparecían los huevos, tampoco el pollo ni la carne.
Ya el domingo conseguimos carne para parrilla en un bodegón que, obviamente, nos robó sin pistola. Fue un día en casa, un día de piscina y más seguro. Mientras tanto, la cola seguía en el Farmatodo de Costa Azul y ya la ley seca había despertado la creatividad de las licorerías. No fue difícil comprar una botella de ron con ley seca y todo.
Próxima parada playera: El Yaque. Más lejos pero el pescado frito más barato: 450 bs. Un precio más razonable; lo que no fue razonable fue el precio de un asopado de mariscos: 2.400 bolívares. Una locura de precios que llegó con una lluvia fastidiosa.
Y nada con los huevos…
Nuestra última parada playera fue playa El Agua. Pasamos primero por el Farmatodo. Yo esperé en el carro y vi más de cerca la larga cola de gente. Muchas mujeres con niños en pañales que caminaban de un lado a otro sin zapatos y sin medias. Le pregunté a una muchacha que que producto había llegado, y me dijo «ninguno, estamos haciendo la cola por si acaso. Más temprano llegaron pañales pero esto se volvió un bochinche y tumbaron la alarma de la entrada y no quisieron vender lo que había llegado». No hubo un día que pasara por allí y no viera a gente haciendo cola. Resulta que muchas de esas colas son «por si acaso, por si llega algo».
Llegó el 24 y con él las peluquerías y spa de niñas full, las colas en los cajeros automáticos y también la antipática ley seca. Por ahí un joven que llegó «tarde» a la licorería soltó «esta ley seca, todo por el mamagüevo de Maduro. A que está bebiendo Buchanans hoy seguro». Yo aproveché para ir a una tienda de fuegos artificiales para comprarle a mi hija unas cebollitas. La muchacha que me atiende comienza a mostrarme otras cosas hasta que veo las famosas cajas chinas, esas que explotan y explotan por varios minutos. Algunas estaban apartadas ya y solo quedaban unas cuantas que me las podía llevar si pagaba por cada una 29 mil bolívares. Es decir, poco más que la cesta básica; es decir, cinco sueldos mínimos. Menos mal que no es un artículo de primera necesidad.
Y así se fueron los días en la isla y no aparecieron los huevos. Eso sí, sobraron las colas de gente por cualquier cosa. Margarita es una isla sin huevos, aunque pensándolo bien, no solo es un problema de la isla, es un problema de todo el país: no hay huevos.