Mis tontas estrategias para conseguir un medicamento

Lo de buscar medicamentos, lo sabemos todos, es un deporte extremo. Algo que puede tardar horas, días, semanas, meses. El pasado viernes pasé cuatro horas de farmacia en farmacia buscando un aparato llamado AeroChamber. Pero lo gracioso de todo es que en cada una de las farmacias iba creando estrategias para pedir lo que necesitaba. Al final, era para darme ánimo y esperar, con emoción y suspenso, una respuesta positiva.

En la primera farmacia fui directo: Buenas tardes. ¿Tienes el AeroChamber? No señor. Ok, gracias. Así fue en las siguientes tres farmacias. Llegó a otra y la empleada me dice: sí queda, déjeme ir a buscarlo al depósito; si va a llevar otras cosas, tráigalo de una vez y lo paga por aquí. Yo feliz busco tres cajitas de hilo dental y me devuelvo adonde la amable muchacha. No, señor, pensé que quedaba una pero no. Pero está segura, señorita, busque bien, por favor. No, señor, no queda. Y bueno, me quedé con la duda, no sé porque me fui pensando que no quiso vendérmelo.

Me lanzó a un Locatel. Tomo mi número: 98. La pantalla iluminaba el 44. Qué peo. Voy a esperar, me dije. Quizás la estrategia de la paciencia, de la espera, daba sus frutos. Locatel es una ensalada de gente, por todos lados y a toda hora. Logro llegar al mostrador. El timbre indica el número 67 pero como ya estoy en el mostrador, siento que el próximo número es el mío. Así es uno. Llega el 97 y son una mamá e hija que están a mi lado. La hija pregunta por una caja que está de frente a nosotros; algo para el cabello. El costo: 6 mil bolívares. Déjalo ahí, dice la muchacha, y le dice a la mamá que pida. La señora comienza a preguntar por vitaminas, que todas superan los mil bolívares. Con un ejército de gente detrás de ella, la señora comienza a hablar con la farmacéutica de los precios. Entonces le pregunta que cuánto costaba antes. Yo, a su lado, pensaba: qué carajo importa cuánto costaba antes, llévelo o déjelo, que viene el 98 ya. No existió el sentido común ni delante ni detrás del mostrador. Lo mejor hubiese sido que intercambiaran números telefónicos. Al fin llega mi turno y creo que la empleada se había cansado ya de hablar con la señora, porque no me dejó terminar para soltar un «no» seco y cortante. Quedé ponchado, cómo con ganas de preguntar otra cosa. Tanta espera, tanta paciencia, para matar una esperanza en menos de un segundo. No era justo.

Continué mi búsqueda. En el carro iba pensando otra estrategia. Seguía picado con la que me dijo que había y al final salió con que se había acabado. Listo. En esta farmacia es. Me bajo y le digo de una al pana: por favor, me das un AeroChamber. Pero con una seguridad tremenda, así como cuando le pides un Kino al chamo del semáforo. En el fondo, con esa petición directa y al grano, quería decirle al vendedor que yo sabía que tenían el puto AeroChamber y que me lo tenían que vender, que se dejara de vainas. No, señor, eso está agotado. Y yo comienzo una serie de preguntas que todos las hacemos, no sé por qué, pero que no sirven para nada: ¿y desde cuando está agotado?, ¿cuándo crees que te llegue?, ¿y cuánto costaba? Preguntas tontas con las que jamás iba a obtener lo que necesitaba. Entonces me sentí como la señora de Locatel. Al final, son preguntas de ahogados.

Llego a otra farmacia y comienzo a escanearla, veo y veo a ver si logro leer AeroChamber. Nada que lo veo. Entonces decido dejar que pase gente que llegó después que yo; quizás con la farmacia vacía, me lo vendían. No quería escuchar el famoso «no» rodeado de gente. Y así fue. No, hermanito, eso tiene meses que no nos llega.

Al final del día sentí que mis tontas estrategias solo eran producto de la mezcla de arrechera e indignación que uno siente cada vez que te dicen que no hay algo. Que la puedes pagar con la persona que te dice que no hay; o te puedes ir del sitio gritando gobierno de mierda; o sencillamente puedes diseñar más estrategias para elevar el ánimo y la esperanza. Así soy yo cuando mi hija necesita algún medicamento. Dentro de todo, salgo a la calle optimista, seguro que lo voy a conseguir. A veces uno se engaña y se siente bien.

Y esto lo estoy escribiendo porque hoy, después de cuatro días, conseguí el AeroChamber. De lo contrario, seguiría en la calle. Al final, sé que tuve suerte, porque hay otros que buscan y jamás encuentran.

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