La felicidad congelada de un niño de 12 años

Hago una pausa en la redacción de mi columna de fútbol de todos los lunes para Caraota Digital, y bajo a comprar un café a la panadería. Apenas entro, un niño se me acerca y me pide que le regale un pan. Le digo que no puedo. Espero mi café. Cuando me lo dan, llamo al niño.

-¿Desde cuándo estás pidiendo dinero en la calle?-, le pregunto.

-Poquito, desde hace un mes-, me responde amablemente.

-¿Y tu mamá?

– Está en la otra panadería.

– ¿Y ella no trabaja?

– No.

-¿Pero ha buscado trabajo?

-Sí, para limpiar, planchar, pero no consigue.

-¿En que grado estás?

-En sexto.

-¿Qué edad tienes?

-Doce.

-¿Cómo te llamas?

-Daniel

-¿Y tu papá?

-Uuuffff tengo tiempo que no lo veo

-¿Y cuánto haces en un día?

-Mil bolos

-¿Y tu mamá cuánto hace?

-No sé

-¿Prefieres que te den dinero o comida?

-Comida.

-¿No hay comida en tu casa?

-Solo cuando nos dan la bolsa del clá.

-¿Y desde cuando no se las dan?

-Más de un mes.

-¿Cuánto cuesta?

-Cinco mil. Pero el consejo comunal dijo que para el próximo mes vienen en diez mil

-¿Y por tu casa quieren a Maduro?

-No, solo algunos. Nosotros no queremos a nadie, todos son malos.

Su hermano menor, Cristian, interrumpe nuestra conversación y le muestra un pan andino mientras besa la bolsa. El niño de siete años salta de felicidad. Se alejan un poco pero vuelvo a llamar a Daniel.

-¿Quién les regalo eso?

-Esos chinos.

-Tuviste suerte hoy, ¿no?

-Sí, porque esos chinos son malucos. Nunca dan nada. Esos chinos si inventan cosas, ¿verdad? Han traído carros y todos los aparatos aquí.

-¿Cuánto has hecho hoy?

-Con los cien que usted me acaba de dar ya tengo tres mil. Aunque ya dos mil se los di a mi mamá.

-¿Y tu hermano cuánto ha hecho?

-Como setecientos.

-¿Cuánto les da la gente?

-Cien, cincuenta o veinte bolos.

Cristian interrumpe nuevamente, pero esta vez llega con un jugo de naranja de dos litros. Nuevamente los chinos. Ambos se alegran; yo también.

Luego Cristian le dice algo a Daniel y éste se ríe y le dice que no.

-¿Qué te dice tu hermanito?-, le pregunto curioso.

-Que abramos la nevera para llevarnos un helado de esos.

Daniel observa la nevera de los helados y me dice con tono nostálgico y una risa inmensa:

-Hace mucho pero mucho tiempo mi mama nos compraba esos helados, cuando las cosas no estaban caras.

No le dije nada. Tan solo mire su rostro lleno de alegría viendo los helados.

Para algunos niños la felicidad está congelada, como un helado.

-Vamonos adonde mi mama- le ordena Daniel a Cristian.

Les doy la mano y les digo que se cuiden.

Daniel no olvida agradecer el gran regalo del día y grita:

-¡Gracias chino!

-De nada, venezolanos-, responde el chino.

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Se llama Marieke y tiene dos deseos: ganar una medalla y morir

Parece mentira, pero hay personas que quieren morir. Que desean dar su último aliento pronto, muy pronto. Y se respeta. Es el caso de la belga Marieke Vervoort. Ella tiene todo listo para morir: será el día de su cumpleaños, el 10 de mayo de 2017. Nueve días después de que yo cumpla 37 años, ella morirá con 38 apenas cumplidos, en su país, donde la eutanasia es legal. 

En el año 2000 le diagnosticaron una enfermedad degenerativa incurable y en ese momento sus piernas no se movieron más. Pero desde 2008 todo ha ido empeorando; tanto así que dice que los dolores no la dejan dormir ¡más de diez minutos durante la noche! Lleva 16 años con la enfermedad, pero desde hace ocho la venció totalmente. Algunos pueden pensar que es poco tiempo, que debería dar la pelea por unos años más, que tenga fe, que crea en los milagros, pero ¿quién soy yo para cuestionar su lucha? ¿Quién eres tú para juzgarla por su deseo de morir?

Pero antes de morir, ella se quiere montar en el podio de los Juegos Paralímpicos Rio 2016, que arrancan este 7 de septiembre. Ya fue campeona en Londres 2012 y quiere repetir. Desea despedirse del deporte mundial con una presea. En una entrevista con el diario francés Le Parisien, dijo: «Cuando me siento en mi silla de carreras, todo desaparece. Me olvido de todos mis problemas de salud. El miedo, el dolor, el sufrimiento. Todo se esfuma. El deporte es mi única razón para vivir». En realidad, esa única razón fue doblegada por la enfermedad que padece.

Marieke ya solicitó a su país recibir la eutanasia. Y ha sido clara: «Es inútil quejarse. Quiero que todos tengan una copa de champán en la mano y un pensamiento feliz para mi». Ese día no brindaremos por la vida, pero tampoco por la muerte. Sencillamente, brindaremos por ella. 

(Cuando leí esta historia recordé otra muy parecida que escribí para Inspirulina. La de unos gemelos belgas que, a causa de una enfermedad, no iban a poder verse nunca más y eso no lo soportarían. Te invito a que la leas aquí.)