¿Cuánto cuesta ir a un partido de la Copa América?

Comenzó la fiesta de la Copa América Centenario 2016 con una inauguración muy tímida, más que la mayoría de los partidos disputados hasta este domingo. Lo mejor hasta ahora: el Brasil-Ecuador y el México-Uruguay; lo peor: el error en el himno de los charrúas.

Sí, ganó Venezuela. Por ahora, el arranque es el mismo que el de la Copa América en Chile, el año pasado. Pero no quiero hablarles de eso hoy. Tampoco de lo sorprendido que estuve cuando no vi a Otero ni a Añor en el once titular; menos de los errores defensivos de Feltscher; ni siquiera de los cambios de Dudamel algo tarde. No.

Esta semana les quiero hablar de cuánto cuesta ir a la Copa América, o, mejor dicho, de cuánto nos hubiese costado, porque yo ya no voy. Tú que me lees tampoco creo. Y para los que tenían intenciones de asistir y además viven en Venezuela, lamento aguarles la fiesta. Pero de todos modos hagamos el ejercicio mental y saquemos cuentas.

Entradas: si tu equipo está en la Copa, entonces lo más lógico es que lo sigas, al menos, en los tres partidos de su grupo. Las entradas para cada encuentro cuestan entre 80 y 350 dólares. Ya usted sabe, para pasar a bolívares, solo multiplique por mil. Imagínese que compra las más baratas; serían entonces 240 verdes.

Boletos aéreos: llegar a Miami, desde Caracas, puede costar entre 200 y 400 dólares. Luego, hay que trasladarse a la ciudad del partido y eso le puede valer de 100 a 300$. Recuerde que son tres juegos, lo que es igual a tres vuelos internos. Resulta que tiene suerte en Internet y consigue tres pasajes en cien cada uno. Por aquí son 500$ más.

Hospedaje: la idea sería quedarse una sola noche para gastar lo menos posible. La ubicación también es importante, porque si está cerca del estadio, se podría ahorrar algo en traslado. En hoteles sencillos pero seguros, podría gastar, con desayuno incluido, entre 100 y 300 dólares por noche. Recuerde que va a dormir una noche en cada ciudad. Anote entonces 300 $ más.

Vestuario: no puede llegar al estadio sin su indumentaria Vinotinto, así que antes del viaje compra la camisa de la Selección. Serían 80$. A menos que la quiera con el número 8 en la espalda y el apellido “Rincón, entonces serían 110$. Dejémoslo en 80.

Comida: como el desayuno está incluido en el hotel, le toca comer luego en el estadio. Una botella de agua grande, 6$; una bolsa de maní, 5$; un combo de cerveza con maní, 16$; unas cotufas, 4,50$; un refresco, 5,50$; combo de tres tacos, 10$; cerveza en las gradas, 10$. Usted se come un combo de tacos, un combo de cerveza con maní, cuatro cervezas en las gradas, unas cotufas y un agua para tomársela en el hotel. Serían 76,50$. Pero no olvide que son tres partidos, así que la cuente sube aquí a 229,50$.

Souvenir: es imposible que regrese a casa sin algún objeto de la Copa, por eso debe llevarse un pin (8$), un llavero (5$ y 10$) y un imán (5$ y 8$), con el logo de la Copa América. Son 18$ en recuerdos.

¿Listo para saber cuánto va a gastar? Ok. Siéntese y beba un sorbo de café.

Ver ganar, empatar o perder a su oncena le costaría 1367,50$. Es decir, Bs. 1.367.000. Sí, se lee un millón trescientos sesenta y siete mil bolívares. Y es ese monto porque usted tiene familia en la ciudad del sol, entonces va al juego y regresa tranquilo el día después.

Qué dice: ¿comenzamos a ahorrar para Rusia 2018 o mejor lo dejamos para la Copa América Brasil 2019? ¡No me diga que prefiere pensar en Qatar 2022!

(Texto publicado en CaraotaDigital.net)

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Oliver no quería un lugar en el cielo

La foto da asco. Da arrechera. Es absurda.

Oliver Sánchez pedía sus medicamentos ante la mirada indiferente de varios efectivos de la PNB. Ellas se ríen. Pensarían que era un niño más exigiendo cualquier cosa. No les interesaba. No les interesa nada. Eso fue en febrero. (Vean la foto aquí)

Oliver murió ayer. No aguantó sus últimos diez días en terapia intensiva. La falta de medicamentos lo mató. Cáncer.

Qué carajo importa hoy si ese angelito tiene un lugar asegurado en el cielo. No me jodan con eso. Su mamá, su papá, sus primos, sus tías, sus amigos, lo querían aquí, lo quieren de vuelta aquí. Si uno se siente triste por él, que quedará para sus seres queridos.

Oliver no quería un lugar en el cielo. Quería jugar. Quería aprender. Quería amar. Y supongo que, más adelante, querría enamorarse, querría ir a la universidad, querría vivir. Eso, vivir.

En esta foto lo pueden ver mejor. Tenía mirada de luchador, ¿no? Era tan noble que no solo pedía por su salud, sino que pedía «paz».

¡Qué indolencia tan arrecha la de este gobierno!

No eres el primero, Oliver, lo sé. Y cómo van las cosas, tampoco serás el último. Pero te hiciste famoso en aquella protesta y hoy estás en todas las redes sociales y un gentío te llora.

Yo no voy a decirte que te ganaste un lugar en el cielo. No. Yo agradezco tu lucha hasta el final, como debe ser. Gente con más edad se deprime por tonterías. Tú no. Tú luchaste hasta el final. Sé que tus padres también. Fue más de un año luchando con tu enfermedad y por conseguir tus medicamentos.

Qué abismo tan hondo el de este país. No terminamos de darnos el último coñazo. Qué va. Seguimos cayendo y cayendo. Una caída libre interminable.

Qué miserables son.

Adiós, Oliver.

Cuando el que lava los carros es el dueño del negocio

El autolavado se llama «El Rapidito», y, de verdad, hace honor a su nombre. Hasta hoy. Llegué con mi esposa como a las 10:30am y salimos casi a las 12 del mediodía y solo habían dos carros antes del nuestro.

Dos muchachos que no deben llegar a los 25 años y un señor ya mayor se encargaban de lavar los carros. Mi esposa me dice: «creo que ese señor es el dueño». Lo observé y le ponía empeño. Además, es raro ver en un autolavado a alguien como él, la costumbre es ver a jóvenes con audífonos y hablando «malandreao». Eso es lo normal.

Me paro más cerca de mi carro y veo cómo lo lavan. El señor se acerca a darme las llaves. «Es que hoy me faltó mucho personal. Ayer fue lo mismo». Me imaginé, le digo. Y el desahogo normal de cualquier dueño de negocio pequeño, mediano o grande, se hizo presente: «les doy utilidades, les pago cesta tickets, tienen un sueldo, y faltan cuando les da la gana, y bueno, no los puedo botar, que sería lo más lógico». Lo interrumpo para preguntarle cuánto años tiene su negocio: «aquí llevo 30 años; yo tengo 60. Pero antes de este tenía otro en Caracas, en Boleíta». Su esposa, que es la que cobra y vende chucherías en la caja, le avisa que saldrá un momento. Él no le presta atención, la ve, la oye, pero no la escucha, quiere y desea continuar hablando, desahogándose. Eso es más importante en ese momento. Suda. Suda mucho. «Este es el único país en el que el dueño tiene que trabajar más que el empleado o que el dueño tiene que hacer el trabajo del empleado». Nunca antes su negocio había pasado por algo así, le pregunto animándolo a que me siga contando. «Jamás. Con Caldera esto estaba full y con el dólar a 4; con estos ladrones pasó los 100 y ni una buena carretera han hecho». Le doy más alas: supongo que ya menos gente lava carros aquí. «Pero ven acá: ¿en estos momentos tú prefieres comprar comida o lavar tu carro? Un kilo de pimentón casi dos mil bolívares, cuando eso estaba en cualquier nevera. Yo aquí sigo pagando luz, agua, alquiler. Ya en este país la gente se está limpiando el culo con periódico. Te lo digo con seriedad: un tipo que siempre pasa por aquí vendiendo frutas congeladas me lo dijo: jefe, me estoy limpiando el culo con papel periódico». Hizo una pausa como para recordar algo y soltó con dolor: «y hoy perdimos tres horas de trabajo porque se fue la luz, ayer también». Y mañana será lo mismo, la próxima semana también, y quién sabe hasta cuando.

Son casi las 12. Le digo al chamo que deje de secar el carro. Nos vamos. Valerie está por salir del colegio. «Ojalá compartan las propinas con el señor», le digo a mi esposa. Y nos fuimos.

 

Unas arepas en Aruba

Salí del hotel y comencé a caminar por Palm Beach. Eran casi las 11 de la noche. Me sentía raro. Cruce la calle. Sabía dónde quedaba el lugar. Mientras camino, me divierto con una pareja colombiana que iba detrás de mi. Ella le dice a él: «Tú juraste ante el altar estar conmigo hasta viejitos»; él respondió: «Bueno, no necesariamente es así». Yo me reía. Ellos también. Y ella insistía con ese acento sabroso que tienen las colombianas: «bueno, bueno, no sé, usted lo prometió en el altar». Como noté que se reían, supuse que era broma, porque no tiene sentido terminar una relación amorosa en plenas vacaciones, y menos en Aruba, coño. Conclusión: ella se siente protegida por el «altar».

Me separé de la pareja y disfruté la caminata sin distracciones. Metí un frenazo en la puerta del Starbucks pero era un abuso entrar porque apenas había terminado de cenar. Seguí caminando y llegué a un pequeño centro comercial llamado Paseo Herencia. Me fui directo al lugar.

Casi llegando, escuché el sonido característico de cuando lanzas algo a la plancha. Me acerco y era un buen trozo de queso que comenzaba a dorarse por los lados. Luego, una cantidad considerable de carne mechada aterriza al lado del quesito. El ruido se convierte en hambre. Casi todas las mesas con gente, unas siete si no recuerdo mal. El lugar es una especie de quiosco. Trabajan dos hombres: uno entra y sale para llevar los pedidos a la mesas y el otro cocina. Ambos son los dueños del lugar. Al que sale y entra me le acercó y me le presento. Le digo que soy periodista y tengo un portal web gastronómico y un programa en una radio web, y que me gustaría hacerles una entrevista. Listo. Cheo me dice que lo espere un momento.

Me siento en la barra. Observo el movimiento. Llega un venezolano y les grita: «Una llanerita ahí». Mientras tanto, hablo con Julio, socio de Cheo. «Aquí trabajamos de lunes a lunes, no hay descanso. No cerramos». Cheo interrumpe la conversa y le dice a Julio: «mira, la mesonera del restaurante de al lado, que le prepares la cachapa como tú sabes». Y de inmediato Julio suelta la mezcla en la plancha y se fusionan los olores de arepas y cachapa. Cheo saca de una nevera un pote con un líquido marrón claro. Lo sirve rápidamente en un vaso y me lo da: «tómate este papelón mientras esperas». Entonces llega una pareja gringa a pagar y comienza a preguntarle a Julio que cómo se hacen las arepas; que cuánto tiempo deben estar en la plancha cada lado de la arepa; que si se preparan con ese paquete amarillo que tienen en la mesa. Y todas esas preguntas con una sonrisa de oreja a oreja. Se fueron felices los gringos. Si no regresan, es porque aprendieron a cocinar arepas.

Cheo, graduado en turismo hotelero, me comenta: «eso siempre pasa, los extranjeros terminan averiguando cómo se hacen las arepas. Hace poco vinieron unos rusos y les encantaron, tanto así, que todas las noches que estuvieron aquí en Aruba vinieron». Él lleva 22 años en la isla, cinco años con «Cheo Corner» y tres de esos cinco en esa zona. Antes de hacer la entrevista pasé dos veces por ahí y las mesas siempre tenían comensales. «Aquí en el negocio no hay lujo, aquí lo que hay es calidad y servicio», resalta el criollo. Por ahora trabaja duro porque su sueño es tener un restaurante.

Cheo se presentó como «Cheo Arepa», sin apellido. Quizás por seguridad, no sé. Igual yo no insistí, no hacía falta en esta ocasión. Así como Aruba está rechazando a esos venezolanos que llegan a dañar la isla, pues también deben estar agradecidos con los venezolanos que, como Cheo, trabajan humildemente desde hace años y han hecho crecer el turismo.

No había dado más de cinco paso de vuelta al hotel cuando escuché: «Epa, no te vayas, cómete una arepita».

 

 

Aruba, la isla que ya no es tan feliz por culpa de los venezolanos

Tenía casi año y medio sin salir de Venezuela. En ese tiempo la crisis se ha agudizado, pero también hemos sentido algunos corrientazos de esperanza. De hecho, la gente hace su mayor apuesta a este año, al 2016, y todo esto tras los movidos cuatro meses que han transcurrido hasta ahora. Pero hasta el más nacionalista desea salir al menos dos o tres días de aquí. Es que es agotador. El día a día en este país es agotador. Agota hablar de lo mismo; agota defender tus ideas ante gente sorda; agota el miedo; agota la ignorancia; agota lo efímero de las buenas noticias; agota la desinformación; agotan los rumores. Pero pasa que sales del país, reconocen tu acento y de nuevo a hablar de lo mismo. Te relajas, sí, pero es inevitable que un venezolano, para bien o para mal, pase desapercibido. Y eso me pasó en Aruba. No lo voy a negar: yo también busque hablar de nosotros y de la mala fama que ahora tenemos. Soy periodista, entiendan. Así que salimos del aeropuerto rumbo al hotel. Y de una le busco conversación al taxista. «Antes los que más venían eran los americanos y los venezolanos; ahora son los americanos los que más vienen. El venezolano antes venía a comprar, ahora ya no, ahora no quieren gastar«. Sueldo mínimo en la isla. «Aquí el sueldo mínimo son 1100 dólares. Un apartamento alejado del centro te puede costar entre 300 y 400 dólares el alquiler; un mercado para dos personas está entre 200 y 300 para un mes. Como casi siempre trabajan los dos, pues pueden hasta ahorrar. Es triste lo que pasa en Venezuela, no podemos generalizar ni cerrarles las puertas, uno no sabe si a uno le toca también pasar algún día por algo así. Mira, mira, este condominio es de los más caros y allí compraron puros venezolanos. ¿Viste el terreno que está al lado del aeropuerto? Bueno, ahí van a construir un hotel; el dueño es un venezolano».

No era la idea pero me tocó conocer un hospital. Estaba sentado en la sala de espera. Entra un joven con un brazo y una pierna vendada. Le cuesta caminar. Se acerca a la taquilla con un papel. No logró escuchar lo que dice. Luego se sienta a tres sillas de la mía. Una mujer colombiana le busca conversación. Logro escuchar algo pero no le entiendo bien. El muchacho no pasaría los 25 años. Confirmo, por su manera de hablar, que es venezolano. Mi hija me pide ir al baño. Vamos. Al regresar, veo desde afuera la sala de espera y el pana ya no está. Me le acerco al vigilante y le pregunto: «¿Y el muchacho que estaba ahí se fue?, es venezolano, ¿no?». Entonces el señor se suelta: «Sí, es venezolano. Se lo llevaron ya. Llegó anoche golpeado y lleno de sangre. Parece que tuvo una pelea. Le pedimos sus papeles y no tiene nada, ni amigos ni familia aquí. Está indocumentado. Entonces llamamos a la policía. Ya ellos se lo llevaron. Lo van  a tratar bien. Muchos venezolanos se están quedando ilegales, llegan en lancha y se quedan. A veces se quedan hasta 40 en un solo apartamento. No quieren gastar. Quieren alojarse en los hoteles más baratos. Mi esposa es de allá y mi cuñada siempre viene. Siempre entra con una invitación de nosotros, porque a todos los demás les piden 150 dólares en efectivo por cada noche que pasarán aquí en la isla».

Esperando para entrevistar a unos venezolanos dueños de una arepera (próximo post), comienzo a hablar con una señora. La vi sentada en la barra y le pregunté si era venezolana, pero no, era colombiana. Hay bastantes colombianos aquí, ¿verdad?. «Sí, pero ahora también han llegado muchos venezolanos, pero están llegando venezolanos malos. Fíjese que están robando carteras en los centros comerciales. Eso jamás había pasado aquí, yo llevo más de 30 años aquí y nunca antes había pasado eso. Pero ya el gobierno ordenó colocar policías vestidos de civil en varios lugares para atraparlos. Esta isla depende del turismo y no podemos dejar que se dañe así por así». Luego comenzó a cantar el himno de Aruba y uno de los socios de la arepera la acompañó.

Último día en la isla feliz. Toca montarse en otro taxi. Esta vez lo maneja una mujer. Arrancamos la conversa con el tema de las propinas. «Los mejores dando propinas son los americanos; los peores, los europeos. Dígame los muchachos que trabajan en los automercados grandes como el Super Food, pueden hacer 150 dólares diarios a punta de propinas, pues los americanos hacen su mercado y como te digo, dejan buenas propinas. Y ellos no gastan en nada. Yo tengo que rodar y rodar, me dejan buenas propinas pero tengo gastos también. Llenar el tanque de esta camioneta me cuesta 70 dólares y me dura dos días». Hasta que salió le tema de los venezolanos. «¿Sabe algo? Yo reconozco a los chavistas rapidito: son mal educados, vienen con mucho dinero, se quedan en el Ritz-Carlton, los ves con bolsas de Vuitton y dicen que todo está bien allá, que es un pequeño grupo que quiere sacar a Maduro, que antes los ricos no pagaban impuestos y robaban, que eso se acabó cuando Chávez llegó al poder. Hace poco celebraron una boda en el Ritz, fueron 200 invitados, era de alguien de PDVSA y todo pagado por PDVSA. En la fiesta cantó Olga Tañón y Gilberto Santa Rosa. Costó un millón de dólares esa boda. Hay otros venezolanos que vienen a raspar su cupo, se quedan a dormir en las playas y se bañan en las plazas. También vienen a robar. Se la pasan en grupos de 8 ó 10 personas. Entran a perfumerías, unos distraen a la vendedora y los otros roban. La gente dice que pronto van a salir de eso, pero cuándo».

Llegó a mi casa y me reciben a lo grande: sin luz. Ya me habían informado de los saqueos. Recuerdo entonces el viaje a la isla feliz, recuerdo a la gente con la que hablé y de verdad ellos no están tan felices. Se está convirtiendo en la isla feliz que teme ser infeliz por culpa de los venezolanos. Porque no solo exportamos gente exitosa y profesional, también emigran delincuentes y nuevos ricos (es decir, rojitos).

Crónica de una derrota

El título original del artículo que están leyendo era “Crónica de una victoria”. Decidí ir anotando algunos datos y anécdotas de mi viaje a Barinas para la cobertura del Venezuela- Chile, y en mi libreta de apuntes no se me ocurrió otro título que el antes mencionado. Lamentablemente y por razones obvias, tuve que modificarlo.

Me fui a Barinas el mismo día del partido. De Maracay a Maiquetía tomé un autobús directo. Por suerte, no tuve que hacer escala en La Bandera; me sentí muy afortunado por eso. A mi lado iba un joven que curioseaba el diario deportivo que comenzaba a leer. “¿Hoy es el partido, no?” Contra Chile está difícil, no creo que le vayan a ganar”, pregunta y comenta. Voy pasando las páginas y me detengo, entonces él detalla las alineaciones: “Coño pero Venezuela lleva un equipito, me gustan esos que van a jugar”, dice sorprendido. Luego ve la alineación de los chilenos y remata: “No, qué va, los chilenos traen también tremendo equipo”. Preferí prestarle el periódico, así yo leía, más tranquilo y sin interrupciones, el otro que había comprado.

Llegué al aeropuerto y fui a chequearme de una vez para poder entrar, pues se supone que adentro uno está más seguro que afuera. Hice un pase telefónico a la radio web en la que trabajo y me fui a comer. Conseguí un Tropi Burger y decidí comprar un combo de esos que, pensé, me trasladaría a mi infancia, pero nada que ver, pésimas las hamburguesas. Prefiero recordarlas antes que volverlas a comer.

El vuelo despegó puntual y en 45 minutos ya estaba en Barinas. Al bajar a la pista de aterrizaje y caminar hasta la salida, sentí que había dejado regado en el asfalto unos tres kilos. Busqué mi credencial de prensa, dejé algunas cosas en mi hotel y me fui al estadio en taxi. Estaba emocionado por volver a cubrir un partido de la Vinotinto. Llevaba unos cinco años apartado, profesionalmente, del fútbol. Ya en las instalaciones del Agustín Tovar me encontré con varios compañeros de la fuente que conocí hace aproximadamente más diez años.

Faltaba poco más de una hora para el pitazo inicial y vi a Laureano González, presidente de la Federación Venezolana de Fútbol. Si le dan clic aquí, podrán escuchar la corta entrevista que le hicimos un periodista chileno y mi persona al Sr. González. Escúchenla, hay varias perlitas que dejó el sucesor de Esquivel, al igual que en la rueda de prensa del pasado viernes.

Días antes del partido leí muchos comentarios de colegas chilenos que decían que las entradas al partido estaban excesivamente baratas. No quise dejar pasar por alto eso y entrevisté a una periodista chilena llamada Carolina Fernández. Aquí lo que me dijo.

Ya me tocaba subir y ver dónde debía sentarme. Ubiqué la Zona de Prensa y me puse cómodo. Faltando cinco minutos para el inicio del partido, ese sector era una mezcla de periodistas y fanáticos. Un desorden total. Tanto así que a mi lado se sentaron un abuelo y su nieto. El niño a mi lado se lamentaba en cada jugada que perdía el balón la Vinotinto. Conocía a los jugadores. Se emocionó muchísimo con el golazo de Otero; se desanimó mucho más cuando la visita se puso 1-2. Mientras su abuelo bajaba a comprarle agua, me preguntó: “¿Cómo nos van a remontar así? Yo no entiendo nada”. Ya en el segundo tiempo, no habló mucho. Solo al escuchar que alguien gritó “Arango”, me dijo: “Pero si Arango ya se retiró, qué le pasa”. Luego vio mi acreditación y me preguntó si era periodista: “eso creo”, le dije, y me miró confundido. Se fueron los noventa minutos y Miguel, de 9 años, se fue cabizbajo con su agua de media litro que le costó al abuelo 300 bolívares (casi tres centavos de dólar). Tranquilo, Miguelito, sigue apoyando a tu Selección y piensa ya en Catar 2022.

Ya en la zona mixta, esperando a los jugadores para entrevistarlos, vi algo espeluznante: al jugador Gary Medel pasando frente a los periodistas con una corneta Bose con reguetón a todo volumen. ¡Tamaña ridiculez! Vizcarrondo, quien daba declaraciones en ese momento, tuvo que dejar de hablar mientras él pasaba.

Al día siguiente me fui al aeropuerto para ver si podía adelantar mi vuelo. ¡Sorpresa! Me encontré con todos los jugadores venezolanos esperando que su avión saliera. Era casi la una de la tarde y ellos estaban desde las nueve de la mañana, pues alguien olvidó enviar la orden para el llenado de combustible del avión; un trámite burocrático que debían hacer el día anterior. Así que ahí estaban todos divididos en grupos: Otero, Josef, Baroja y Añor bromeaban entre ellos; Vizcarrondo hablaba con integrantes del cuerpo técnico y les comentaba que en el Nantes no le decían nada por llegar tarde, solo que no jugaría el domingo; Guerra conversaba con “Sema” Velásquez; Rincón entraba y salía de la sala de espera. Ninguno quiso declarar. Pero sí me confirmó, alguien de confianza perteneciente a la Federación, que Sanvicente se iría: “Lo tenía decidido antes del partido de anoche”, y al final me soltó: “No se puede chocar todos los días con el mismo muro”, en referencia a la FVF.

Ya a mi regreso, fui haciendo más anotaciones y taché el primer título de este artículo. Total, ya llegarán, nuevamente, crónicas victoriosas.

 

A ti, por el comienzo de esta amistad

Desde que cumpliste dos años, he estado anotando cómo has ido creciendo y cambiando. En este tiempo hemos comenzado nuestra amistad, nuestra complicidad. Hemos tenido nuestras primeras conversaciones, a veces cortas, otras más largas, y algunas en las que nunca recibí respuesta. Y así nos hemos ido conociendo hasta hoy, cuando faltan pocas horas para que llegues a los 3 años de edad.

Quiero compartir contigo mi forma de ver tus cambios y evolución. Quizás a los 6 ó 7 años puedas leer este post, pero será unos cuantos años después que lo puedas, además de leer, entender.

Ya sabemos que nadie le enseña a un hombre a ser padre, pero tampoco nadie les enseña a ustedes a ser hijo. Sencillamente nos toca vivirlo. Vivirlo. ¿Y qué es vivirlo? Bueno, lo que hemos hecho tú y yo este año. Tú preguntas, yo respondo; tú me pides que me acueste contigo en el piso, y y me acuesto contigo en el piso; tú quieres jugar plastilina, yo juego contigo plastilina; tu quieres ver Peppa, vemos Peppa.

Debo confesarte que la parte que más me gusta de acostarnos en el piso es cuando me dices: «pero abrázame, papá, que tengo frío». Y me río muchísimo cuando jugamos plastilina y te digo que veas lo que hice y lo ves seria porque hice algo más rápido que tú, entonces me lo pides y lo destruyes. Y me gusta ver Peppa contigo porque me meto en tu mundo esos minutos y nos reímos cuando dices «qué loquita es Peppa».

La pregunta que más repetiste este año fue «¿qué quieres de mi mercado?», luego de sentarte en tu supermercado de juguete y darle duro a las teclas de la caja. Lo que más me gusta de tu negocio -y tu mundo-, es que no suben los precios, pues llevas un año cobrándome lo mismo: «eso cuesta seis cinco dólares, papá».

La segunda frase que más repetiste fue «¿qué sonó, papá?». Estas pendiente de todo, eres muy observadora y estás al tanto de cualquier ruido, cualquier sonido. Quieres saberlo todo, porque la etapa de los porqués también comenzó este año.

En los últimos meses has desarrollado ese rasgo tan femenino como acariciar tu cabello y con un ligero movimiento de dedos, deslizarlo de adelante hacia atrás. Cuando te veo haciendo eso, me siento raro,  siento que estás creciendo rápido, pero luego caigo en cuenta que no es así, que me quedan muchos años junto a ti.

Este año dejaste atrás los programas Playground y Junior Express, para dale paso a Peppa y, de vez en cuando, al canal Zoomoo. No te agrada mucho la TV por ahora. Fuimos al cine tres veces también y lo que más te gustó fueron las cotufas.

Yo aprendí a preparar avena, pues es tu desayuno desde hace más de seis meses creo. Te encanta. La pides todos los días para desayunar.

También aprendiste tus primeras palabras en portugués: cala a boca (culpa de la abuela), y en inglés: let it go (culpa de Frozen).

Debo admitir que nos has ayudado con el tema de tu leve reflujo. Tú misma preguntas si tal o cual cosa la puedes comer, o de una vez pides: «me puedes comprar algo que no tenga colorante». No te gustan los flips, ni el sorbeticos, tampoco el cocosette; pero te encanta un tubito de bufito, galletas de maíz, zucaritas; y matas por una arepa con jamón y queso de bufala y un helado de mantecado.

Te emocionas cuando escuchas el pitico de la llamada por Facetime. Tanto así que me pediste varias veces: «vamos a llamar a tío Aldo por feitain». Entonces hablabas con él tres segundos y preguntabas «¿y tío Junior?», y todo pare decirle «tío, queeeeeeeeee». También por esa vía te animaste a pedirle a la abuela Gladys que te enviara el cereal de miel y avena que te gusta. Y hasta por la bisabuela Grimaneza preguntabas.

También ha sido el año de los cuentos. Han sido muchas noches de lectura y de repetir algunos una y otra vez. Pero también te he inventado cuentos donde los protagonistas han sido Thor y Nala junto a tus amiguitos del colegio, y en otros las estrellas han sido Olaf y Tinita. Qué locura de cuentos, ¿verdad, Valerie?

Otra de las cosas que anoté este año fueron tus frases, esas que me hicieron reír y recordarlas cientos de veces. Aquí te dejo estas 20 frases y momentos que he ido guardando…

1. Papá no llores, yo estoy aquí. (Cuando lloro de mentira)

2. Ya sacaste el carro, papá. Ya estoy lista.

3. Me estás vacilando.

4. Una vez te pregunté si te ponía una colita y tú respondiste: «No, así me veo bonita».

5. Te voy a dar un besito de bufito.

6. Qué broma contigo, mamá.

7. Me voy de viaje a la carnicería.

8. Una tarde tu mamá te dijo que no podías entrar al baño porque iban a bañar a tu bisabuela, y tú la retaste: «yo te voy a decir una cosa: sí voy a entrar al baño».

9. Te estoy viendo con mamá. Déjala tranquila, es mía.

10. Papá no guardaste la plastilina. Debes guardarla porque se seca.

11. No recuerdo que rompiste pero tú me dijiste: «tranquilo, papá, tranquilo».

12. No me cepilles los dientes tan lento, papá.

13. A mi no se me habla así.

14. Mamá te faltó una arepa y en forma de corazón.

15. Cuando te pregunte qué había pasado con tu abuela que no te acompañó al centro comercial, soltaste: «me hizo trampa». Explosión de risas en el carro.

16. Mira papá, me aporreaste.

17. Al preguntarte si quieres celebrar tu cumpleaños: «sí, en Punta Cana».

18. Bueno, papá, lo voy a intentar.

19. Ahh pues, te volviste loco.

20. ¡Cállate la boca! Y en inglés: te voy a dar una piña. (Valerie, esto fue lo máximo).

Sé que nos espera otro año intenso, cargado de muchas preguntas y lecciones. Me toca seguir anotando. Nada mejor que recordar siempre cada nuevo paso que das. Este año comenzó nuestra amistad, dimos el primer paso para lograr esa empatía entre padre e hija. Yo, así lleve puesta una camisa blanca y un pantalón claro, me seguiré acostando contigo en el piso si tú así me lo pides. Porque no hay nada como escuchar tu voz cuando dices: «abrázame, papá».

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cuánto cuesta ir a la playa en Venezuela?

No me gusta la playa. Sin embargo, este fin de semana pasé dos días en Tucacas para visitar los agradables cayos de Morrocoy. Sin duda, son increíbles esas playas: algunas más turquesas que otras, pero la mayoría parecen piscinas y no playas. Buen regalo de la naturaleza a Venezuela, que no por eso es el mejor país del mundo, ni esas son las mejores playas del planeta. Bueno, ese es otro tema y no me voy a desviar en este momento. Seguir leyendo «¿Cuánto cuesta ir a la playa en Venezuela?»

5E, ¿histórico?

Depende del lado de donde se le mire, el día de hoy, 5 de enero, puede ser histórico o no para Venezuela. Para la minoría, es decir, para los sinvergüenzas que aún apoyan a este gobierno, el día de hoy no tuvo ningún momento histórico; para los que dieron voto castigo, tampoco, me parece; ahora, para nosotros los opositores sí, porque ha sido una lucha ardua y en ese camino nos hemos atragantado posibles triunfos que al final fueron empañados por la señora esta que manda aún en el CNE y algunos por la misma oposición. Seamos sinceros. Pero ese es otro tema.

El día de hoy fue muy parecido al del 6D, la única diferencia fue que el seguimiento por redes sociales e intercambio de mensajes vía Whatsapp culminaron más temprano.

Para mi fue especial porque como periodista y ex reportero de El Observador, en RCTV, me trajo recuerdos de cuando cubría la AN hace algunos años. Por ejemplo, para recordar aquellos tiempos, denle clic aquí y escuchen atentamente lo que se discutía ese día. ¡Por favor! Y así era siempre.  Por eso hoy me contentó ver a muchos colegas poder entrar hasta el hemiciclo y reportar de cerca lo que estaba ocurriendo. Además, varios de las personas con las que trabajé en RCTV estuvieron hoy presentes en la Asamblea haciendo su trabajo de manera profesional y sin ánimos de revancha. Porque recuerden que esto no es una revancha, esto es justicia. Así de sencillo.

El premio a lo más ridículo del día se lo llevo Telesur, cuando escribieron un tuit, colocando además la palabra «URGENTE», para decir que habían sacado el cuadro de Chávez. Ni a su misma gente le interesó ese detalle. Ya esa señal debería estar como de salida, ¿no? Ustedes, señores de Telesur, forman parte de la historia, pero de la parte que nadie recuerda ni recordará.

Me llamó mucho la atención que el grupo minoritario siga diciendo que ellos van defender al pueblo o haciendo llamados al pueblo a que salgan a defenderse de la burguesía. ¿De cuál pueblo hablan? ¿Del que votó en su contra? ¿Será el pueblo al que Maduro les quiere quitar los taxis? ¿O el pueblo al que Maduro amenazó con no construir más casas? ¿O será a los que le dijo «chúpate tú tu cambio»?

Hablando de cambios, les recuerdo a los chavistas o maduristas o como se hagan llamar: aquí las cosas cambiaron, y no solo en la Asamblea Nacional, como le dijo Ramos Allup a Carreño, sino en el país entero.

¿Histórico? ¡Claro que sí!

 

Mi guerra con el tiempo

Solemos jugar mucho con el tiempo. El tiempo nos angustia, nos desespera. A cada cosa que queremos hacer hay que ponerle fecha -aunque sea una tentativa-: pero tal día de tal mes yo debería haber hecho tal cosa. Así somos.

Solemos sacar cuentas el último día del año y no el día que cumplimos años. Siempre empezamos por los logros, por las metas cumplidas. Pocas veces recordamos nuestros fallos, esos errores que dejamos regados y que no queremos volver a revivirlos.

Solemos olvidarnos de esas palabras que pronunciamos de más; del día que gritamos más de la cuenta; de esa semana que fuimos más intolerantes que nunca.

Solemos olvidarnos de algo llamado paciencia, esa virtud de pocos que siempre visualizamos muy pero muy lejos. Hay cosas que debemos esperar más de la cuenta, pues no siempre es uno quien pone los plazos. No somos los dueños del tiempo; creemos que podemos manejarlo a nuestra manera pero eso es falso.

Solemos «administrar» el tiempo y cuando menos lo esperamos, listo, se nos fue el tren; o llegamos tarde; o jamás nos disculpamos con esa persona; o ya es muy tarde para intentarlo. En fin, se nos fue el tiempo.

Yo tuve una guerra particular con el tiempo en 2015. De hecho, creo que ha sido el año que dormí menos desde que tengo uso de razón.  Fue fácil: por el afán de conseguir lo que necesitaba, esperaba ansioso el tiempo necesario para hacer de todo.

Mientras jugaba mi particular partido con el tiempo, quería avanzar en otras cosas e iba imaginado escenarios posibles. Entonces era Patrick versus el tiempo y, a su vez, mi mente trabajaba 24 x 24. Agobiante. Desesperante. Estresante. Sin embargo, no me enfermé.

El 2015, para mi, se quedó por la mitad. La otra mitad toca trabajarla estos primeros meses del año. No fue lo que esperaba: lo trabajé, lo luché, lo pensé, pero eso no siempre es garantía de buenos resultados; pero al menos sí sirve para saber que estás en la ruta correcta.

Este año ya no quiero ganarle al tiempo, tan solo quiero que llegue el momento, cuando sea, el mes que sea, el día que sea, a la hora que sea. ¡Coño, algo uno tiene que aprender en doce largos meses!