El autolavado se llama «El Rapidito», y, de verdad, hace honor a su nombre. Hasta hoy. Llegué con mi esposa como a las 10:30am y salimos casi a las 12 del mediodía y solo habían dos carros antes del nuestro.
Dos muchachos que no deben llegar a los 25 años y un señor ya mayor se encargaban de lavar los carros. Mi esposa me dice: «creo que ese señor es el dueño». Lo observé y le ponía empeño. Además, es raro ver en un autolavado a alguien como él, la costumbre es ver a jóvenes con audífonos y hablando «malandreao». Eso es lo normal.
Me paro más cerca de mi carro y veo cómo lo lavan. El señor se acerca a darme las llaves. «Es que hoy me faltó mucho personal. Ayer fue lo mismo». Me imaginé, le digo. Y el desahogo normal de cualquier dueño de negocio pequeño, mediano o grande, se hizo presente: «les doy utilidades, les pago cesta tickets, tienen un sueldo, y faltan cuando les da la gana, y bueno, no los puedo botar, que sería lo más lógico». Lo interrumpo para preguntarle cuánto años tiene su negocio: «aquí llevo 30 años; yo tengo 60. Pero antes de este tenía otro en Caracas, en Boleíta». Su esposa, que es la que cobra y vende chucherías en la caja, le avisa que saldrá un momento. Él no le presta atención, la ve, la oye, pero no la escucha, quiere y desea continuar hablando, desahogándose. Eso es más importante en ese momento. Suda. Suda mucho. «Este es el único país en el que el dueño tiene que trabajar más que el empleado o que el dueño tiene que hacer el trabajo del empleado». Nunca antes su negocio había pasado por algo así, le pregunto animándolo a que me siga contando. «Jamás. Con Caldera esto estaba full y con el dólar a 4; con estos ladrones pasó los 100 y ni una buena carretera han hecho». Le doy más alas: supongo que ya menos gente lava carros aquí. «Pero ven acá: ¿en estos momentos tú prefieres comprar comida o lavar tu carro? Un kilo de pimentón casi dos mil bolívares, cuando eso estaba en cualquier nevera. Yo aquí sigo pagando luz, agua, alquiler. Ya en este país la gente se está limpiando el culo con periódico. Te lo digo con seriedad: un tipo que siempre pasa por aquí vendiendo frutas congeladas me lo dijo: jefe, me estoy limpiando el culo con papel periódico». Hizo una pausa como para recordar algo y soltó con dolor: «y hoy perdimos tres horas de trabajo porque se fue la luz, ayer también». Y mañana será lo mismo, la próxima semana también, y quién sabe hasta cuando.
Son casi las 12. Le digo al chamo que deje de secar el carro. Nos vamos. Valerie está por salir del colegio. «Ojalá compartan las propinas con el señor», le digo a mi esposa. Y nos fuimos.