5 años haciéndome (y haciéndote) feliz

Este es uno de los post que más me emociona desde que tengo este blog. Te he escrito uno cada año, exactamente el día de tu cumpleaños. Este me alegra inmensamente porque ya reconoces las letras, escribes tu nombre completo y si te dicto letra por letra, formas alguna palabra que luego te explico qué es. Me emociona porque sé que falta poco para que aprendas a leer, muy poquito. Entonces seguirás descubriendo cosas, incluyendo este blog. Entenderás muy poco al principio, pero luego de unos años sabrás mejor de qué va lo que he escrito aquí.

Ha sido un año de cambios. Suerte para nosotros que para ti todo ha sido sencillo, muy fácil. Los que estamos a tu alrededor también hemos colaborado para que sea así. Lo primero que te llamó la atención fue el idioma, querías aprenderlo ya. De hecho, en tu primer día de clases del VPK, al pasar algunos minutos de estar en el salón, le preguntaste a tu maestra que cuando ibas a aprender inglés, que tú estabas allí para eso. Pensabas que era cosa de un día hablar un nuevo idioma. Ya luego entendiste y desde ese momento llegas a la casa hablando de la nueva palabra que aprendiste. Y ni hablar de cuando juegas conmigo a la maestra y el alumno y te pones a hablar, supuestamente, en inglés. Disparas y disparas frases que inventas al momento.

Siento que he entrado en esa etapa donde comienzo a recordarte más pequeña. Cuando te pones payasa o escucho algunas de tus ocurrencias, quisiera detener el tiempo y quedarnos a vivir ese momento por siempre. Pero aún si tuviera el poder para eso, creo que no lo haría porque sería muy egoísta detener los días y verte crecer, sobre todo porque tú eres una curiosa de la vida (y de las conversaciones de los adultos también). Detallas todo con mirada curiosa y siempre me pregunto cómo procesa tu mente todas esas cosas. Tú ves, detallas, luego desvías la mirada y algo piensas. Y yo loco por saber qué piensas, tanto o más que cuando te dejo en el colegio y me provoca verte por la ventanita de la puerta del salón, escondido, para saber qué haces, cómo juegas, qué te gusta hacer más.

Debo confesarte que me agrando y me siento orgulloso cuando te escucho decir palabras como: «obviamente», «realmente», «de hecho», «pues». Las insertas de manera perfecta en tu diario hablar. Y es que no paras de hablar. No sé por qué te da por hablar más por las noches. Te cuesta estar callada cinco segundos.

Definitivamente enterraste a Peppa Pig, Junior Express y Playground. Ahora se abrieron paso Emilia, Luna, Los Pastelitos y cualquier Youtuber que muestre juguetes. También olvidaste que yo era tu «perrito», como me decías antes; hoy soy papá o papi. Te inventé cuentos con personajes reales (tus amiguitas del cole); en todos tú participabas quitando o agregándole algo. Ha sido un buen ejercicio.

Yo te digo te amo y tú me dices te quiero. Entonces te repito que te amo a ver si lo dices y tú nada, siempre te quiero. Pero ya eso ha sido bastante este año. Nuestra relación dio pasos gigantes en estos meses. Vas creciendo y toca arrinconarse, de vez en cuando, en esos recuerdos que has ido regando en un lustro. Hemos crecido juntos: yo he aprendido de ti y tú has aprendido de mi. Y así vamos en este largo camino.

Cinco años siendo mi presente perfecto. Y siempre será así. Siempre.

Anuncio publicitario

Sabiduría pura en El Palito

«Mire esto, cuándo en vacaciones se veía esto así. Vacío. Nadie viene a las playas ahora. La ganancia que me queda es muy poca.  Tengo que comprarle a los bachaqueros la harina pan, no siempre puedo hacer cola, porque entonces cuándo trabajo. Esto es un castigo, señor. La gente pensaba que Chávez era eterno y mire, se murió. Pero esto tiene que ser una lección, porque nosotros no estudiamos, no nos preparamos y ahora estamos viviendo esta pesadilla. De verdad que esto es una gran lección para todos los venezolanos. Hay que estudiar, hay que prepararse. Esto no nos puede volver a pasar. Cuándo saldremos de todo esto, cuándo. Al menos ya por aquí se solucionó el problema del agua, pero eso no es suficiente. En un día bueno puedo hacer 30 mil bolos, imagínese, si cada empanada o malta valen 800 bolos. Saque la cuenta y vea que ya no se vende mucho. Mi ganancia cada vez es menos. Y eso es un día bueno, y esos días son solo algunos sábados».

Esas son palabras de una vendedora de empanadas en El Palito. Está clarita, ¿verdad?

Es que para definir lo que se vive en Venezuela no se necesitan palabras rebuscadas, ni analistas ni historiadores.  No. Tampoco hace falta ser licenciado. Es, sencillamente, decir lo que se vive a diario. Y que mejor frase que esa donde dice que hay que prepararse, que hay que estudiar. Pero bueno, igual los torpes siguen regados por ahí, y seguirán arrastrándose hasta el final.

Es tan sencillo explicar lo que pasa aquí, y si no me creen, pasen por El Palito.

La felicidad congelada de un niño de 12 años

Hago una pausa en la redacción de mi columna de fútbol de todos los lunes para Caraota Digital, y bajo a comprar un café a la panadería. Apenas entro, un niño se me acerca y me pide que le regale un pan. Le digo que no puedo. Espero mi café. Cuando me lo dan, llamo al niño.

-¿Desde cuándo estás pidiendo dinero en la calle?-, le pregunto.

-Poquito, desde hace un mes-, me responde amablemente.

-¿Y tu mamá?

– Está en la otra panadería.

– ¿Y ella no trabaja?

– No.

-¿Pero ha buscado trabajo?

-Sí, para limpiar, planchar, pero no consigue.

-¿En que grado estás?

-En sexto.

-¿Qué edad tienes?

-Doce.

-¿Cómo te llamas?

-Daniel

-¿Y tu papá?

-Uuuffff tengo tiempo que no lo veo

-¿Y cuánto haces en un día?

-Mil bolos

-¿Y tu mamá cuánto hace?

-No sé

-¿Prefieres que te den dinero o comida?

-Comida.

-¿No hay comida en tu casa?

-Solo cuando nos dan la bolsa del clá.

-¿Y desde cuando no se las dan?

-Más de un mes.

-¿Cuánto cuesta?

-Cinco mil. Pero el consejo comunal dijo que para el próximo mes vienen en diez mil

-¿Y por tu casa quieren a Maduro?

-No, solo algunos. Nosotros no queremos a nadie, todos son malos.

Su hermano menor, Cristian, interrumpe nuestra conversación y le muestra un pan andino mientras besa la bolsa. El niño de siete años salta de felicidad. Se alejan un poco pero vuelvo a llamar a Daniel.

-¿Quién les regalo eso?

-Esos chinos.

-Tuviste suerte hoy, ¿no?

-Sí, porque esos chinos son malucos. Nunca dan nada. Esos chinos si inventan cosas, ¿verdad? Han traído carros y todos los aparatos aquí.

-¿Cuánto has hecho hoy?

-Con los cien que usted me acaba de dar ya tengo tres mil. Aunque ya dos mil se los di a mi mamá.

-¿Y tu hermano cuánto ha hecho?

-Como setecientos.

-¿Cuánto les da la gente?

-Cien, cincuenta o veinte bolos.

Cristian interrumpe nuevamente, pero esta vez llega con un jugo de naranja de dos litros. Nuevamente los chinos. Ambos se alegran; yo también.

Luego Cristian le dice algo a Daniel y éste se ríe y le dice que no.

-¿Qué te dice tu hermanito?-, le pregunto curioso.

-Que abramos la nevera para llevarnos un helado de esos.

Daniel observa la nevera de los helados y me dice con tono nostálgico y una risa inmensa:

-Hace mucho pero mucho tiempo mi mama nos compraba esos helados, cuando las cosas no estaban caras.

No le dije nada. Tan solo mire su rostro lleno de alegría viendo los helados.

Para algunos niños la felicidad está congelada, como un helado.

-Vamonos adonde mi mama- le ordena Daniel a Cristian.

Les doy la mano y les digo que se cuiden.

Daniel no olvida agradecer el gran regalo del día y grita:

-¡Gracias chino!

-De nada, venezolanos-, responde el chino.

Venezuela, el país de los discretos

No hables. No digas. No mires. No comentes. No cuentes. Sé discreto. Habla bajito.

Los venezolanos se han convertido en los seres más discretos del mundo. Si alguno se entera donde puede conseguir azúcar o aceite, hace silencio. Es una obligación. Llega ansioso al lugar y hace la cola esperando por su premio. Ya de regreso, si alguien le pregunta donde lo consiguió, dice rápidamente que se lo regalaron. Pocos dicen la verdad. No les da la gana. Es una suerte de competencia por la comida donde el premio mayor, en un día, puede ser dos kilos de azúcar, dos litros de aceite, dos harina pan y un pote de mayonesa. Ya está. El kit del silencio. El combo de la discreción. 

Lo he visto, lo he escuchado: gente preguntándole a otras donde consiguieron tal cosa y la respuesta siempre es la misma: me lo regalaron o me lo consiguió una amiga. ¡Coño, en este país ya nadie regala nada y casi nadie hace ese tipo de favores!

Ahora las mujeres ya no se fijan en el nuevo corte de la amiga, tampoco están pendientes de saber cómo le quedaron las tetas nuevas. No señor. Ahora la mujer le ve la bolsa a la amiga o a la desconocida, a quien sea. Y menta madre si lleva las cosas en bolsa oscura. Algunas disimulan más que otras. Unas miran de reojo y, las más descaradas, le clavan los ojos a la bolsa como queriéndola abrir.

Esto es todos contra todos. El que te puede joder, te jode. Sin pena, sin vergüenza. Adiós al pudor. Hace tiempo que la solidaridad quedó en el suelo, pisoteada. Aquí no existe eso de «hoy por ti, mañana por mi». Qué va. Aquí es «hoy por mi y mañana por mi, y pasado mañana también por mi».

Esto es todos contra todos. Venezolanos versus venezolanos, el partido del siglo: transmisión en vivo en cualquier estado del país, las 24 horas del día. Y si lo ves por algún canal del gobierno, te encontrarás a un «Nanú» Díaz cualquiera queriéndole ver el lado bonito a la cosa y obligándote a agradecerle a Maduro la «patria» que tenemos.

El más vivo no vive, sino sobrevive y se jacta de eso. Pero siempre en total discreción.

No hables. No digas. No mires. No comentes. No cuentes. Sé discreto. Habla bajito.

Al final, quizás el más discreto sea el que aguante más esta pesadilla.

 

 

 

Oliver no quería un lugar en el cielo

La foto da asco. Da arrechera. Es absurda.

Oliver Sánchez pedía sus medicamentos ante la mirada indiferente de varios efectivos de la PNB. Ellas se ríen. Pensarían que era un niño más exigiendo cualquier cosa. No les interesaba. No les interesa nada. Eso fue en febrero. (Vean la foto aquí)

Oliver murió ayer. No aguantó sus últimos diez días en terapia intensiva. La falta de medicamentos lo mató. Cáncer.

Qué carajo importa hoy si ese angelito tiene un lugar asegurado en el cielo. No me jodan con eso. Su mamá, su papá, sus primos, sus tías, sus amigos, lo querían aquí, lo quieren de vuelta aquí. Si uno se siente triste por él, que quedará para sus seres queridos.

Oliver no quería un lugar en el cielo. Quería jugar. Quería aprender. Quería amar. Y supongo que, más adelante, querría enamorarse, querría ir a la universidad, querría vivir. Eso, vivir.

En esta foto lo pueden ver mejor. Tenía mirada de luchador, ¿no? Era tan noble que no solo pedía por su salud, sino que pedía «paz».

¡Qué indolencia tan arrecha la de este gobierno!

No eres el primero, Oliver, lo sé. Y cómo van las cosas, tampoco serás el último. Pero te hiciste famoso en aquella protesta y hoy estás en todas las redes sociales y un gentío te llora.

Yo no voy a decirte que te ganaste un lugar en el cielo. No. Yo agradezco tu lucha hasta el final, como debe ser. Gente con más edad se deprime por tonterías. Tú no. Tú luchaste hasta el final. Sé que tus padres también. Fue más de un año luchando con tu enfermedad y por conseguir tus medicamentos.

Qué abismo tan hondo el de este país. No terminamos de darnos el último coñazo. Qué va. Seguimos cayendo y cayendo. Una caída libre interminable.

Qué miserables son.

Adiós, Oliver.

Cuando el que lava los carros es el dueño del negocio

El autolavado se llama «El Rapidito», y, de verdad, hace honor a su nombre. Hasta hoy. Llegué con mi esposa como a las 10:30am y salimos casi a las 12 del mediodía y solo habían dos carros antes del nuestro.

Dos muchachos que no deben llegar a los 25 años y un señor ya mayor se encargaban de lavar los carros. Mi esposa me dice: «creo que ese señor es el dueño». Lo observé y le ponía empeño. Además, es raro ver en un autolavado a alguien como él, la costumbre es ver a jóvenes con audífonos y hablando «malandreao». Eso es lo normal.

Me paro más cerca de mi carro y veo cómo lo lavan. El señor se acerca a darme las llaves. «Es que hoy me faltó mucho personal. Ayer fue lo mismo». Me imaginé, le digo. Y el desahogo normal de cualquier dueño de negocio pequeño, mediano o grande, se hizo presente: «les doy utilidades, les pago cesta tickets, tienen un sueldo, y faltan cuando les da la gana, y bueno, no los puedo botar, que sería lo más lógico». Lo interrumpo para preguntarle cuánto años tiene su negocio: «aquí llevo 30 años; yo tengo 60. Pero antes de este tenía otro en Caracas, en Boleíta». Su esposa, que es la que cobra y vende chucherías en la caja, le avisa que saldrá un momento. Él no le presta atención, la ve, la oye, pero no la escucha, quiere y desea continuar hablando, desahogándose. Eso es más importante en ese momento. Suda. Suda mucho. «Este es el único país en el que el dueño tiene que trabajar más que el empleado o que el dueño tiene que hacer el trabajo del empleado». Nunca antes su negocio había pasado por algo así, le pregunto animándolo a que me siga contando. «Jamás. Con Caldera esto estaba full y con el dólar a 4; con estos ladrones pasó los 100 y ni una buena carretera han hecho». Le doy más alas: supongo que ya menos gente lava carros aquí. «Pero ven acá: ¿en estos momentos tú prefieres comprar comida o lavar tu carro? Un kilo de pimentón casi dos mil bolívares, cuando eso estaba en cualquier nevera. Yo aquí sigo pagando luz, agua, alquiler. Ya en este país la gente se está limpiando el culo con periódico. Te lo digo con seriedad: un tipo que siempre pasa por aquí vendiendo frutas congeladas me lo dijo: jefe, me estoy limpiando el culo con papel periódico». Hizo una pausa como para recordar algo y soltó con dolor: «y hoy perdimos tres horas de trabajo porque se fue la luz, ayer también». Y mañana será lo mismo, la próxima semana también, y quién sabe hasta cuando.

Son casi las 12. Le digo al chamo que deje de secar el carro. Nos vamos. Valerie está por salir del colegio. «Ojalá compartan las propinas con el señor», le digo a mi esposa. Y nos fuimos.

 

5E, ¿histórico?

Depende del lado de donde se le mire, el día de hoy, 5 de enero, puede ser histórico o no para Venezuela. Para la minoría, es decir, para los sinvergüenzas que aún apoyan a este gobierno, el día de hoy no tuvo ningún momento histórico; para los que dieron voto castigo, tampoco, me parece; ahora, para nosotros los opositores sí, porque ha sido una lucha ardua y en ese camino nos hemos atragantado posibles triunfos que al final fueron empañados por la señora esta que manda aún en el CNE y algunos por la misma oposición. Seamos sinceros. Pero ese es otro tema.

El día de hoy fue muy parecido al del 6D, la única diferencia fue que el seguimiento por redes sociales e intercambio de mensajes vía Whatsapp culminaron más temprano.

Para mi fue especial porque como periodista y ex reportero de El Observador, en RCTV, me trajo recuerdos de cuando cubría la AN hace algunos años. Por ejemplo, para recordar aquellos tiempos, denle clic aquí y escuchen atentamente lo que se discutía ese día. ¡Por favor! Y así era siempre.  Por eso hoy me contentó ver a muchos colegas poder entrar hasta el hemiciclo y reportar de cerca lo que estaba ocurriendo. Además, varios de las personas con las que trabajé en RCTV estuvieron hoy presentes en la Asamblea haciendo su trabajo de manera profesional y sin ánimos de revancha. Porque recuerden que esto no es una revancha, esto es justicia. Así de sencillo.

El premio a lo más ridículo del día se lo llevo Telesur, cuando escribieron un tuit, colocando además la palabra «URGENTE», para decir que habían sacado el cuadro de Chávez. Ni a su misma gente le interesó ese detalle. Ya esa señal debería estar como de salida, ¿no? Ustedes, señores de Telesur, forman parte de la historia, pero de la parte que nadie recuerda ni recordará.

Me llamó mucho la atención que el grupo minoritario siga diciendo que ellos van defender al pueblo o haciendo llamados al pueblo a que salgan a defenderse de la burguesía. ¿De cuál pueblo hablan? ¿Del que votó en su contra? ¿Será el pueblo al que Maduro les quiere quitar los taxis? ¿O el pueblo al que Maduro amenazó con no construir más casas? ¿O será a los que le dijo «chúpate tú tu cambio»?

Hablando de cambios, les recuerdo a los chavistas o maduristas o como se hagan llamar: aquí las cosas cambiaron, y no solo en la Asamblea Nacional, como le dijo Ramos Allup a Carreño, sino en el país entero.

¿Histórico? ¡Claro que sí!

 

Mi guerra con el tiempo

Solemos jugar mucho con el tiempo. El tiempo nos angustia, nos desespera. A cada cosa que queremos hacer hay que ponerle fecha -aunque sea una tentativa-: pero tal día de tal mes yo debería haber hecho tal cosa. Así somos.

Solemos sacar cuentas el último día del año y no el día que cumplimos años. Siempre empezamos por los logros, por las metas cumplidas. Pocas veces recordamos nuestros fallos, esos errores que dejamos regados y que no queremos volver a revivirlos.

Solemos olvidarnos de esas palabras que pronunciamos de más; del día que gritamos más de la cuenta; de esa semana que fuimos más intolerantes que nunca.

Solemos olvidarnos de algo llamado paciencia, esa virtud de pocos que siempre visualizamos muy pero muy lejos. Hay cosas que debemos esperar más de la cuenta, pues no siempre es uno quien pone los plazos. No somos los dueños del tiempo; creemos que podemos manejarlo a nuestra manera pero eso es falso.

Solemos «administrar» el tiempo y cuando menos lo esperamos, listo, se nos fue el tren; o llegamos tarde; o jamás nos disculpamos con esa persona; o ya es muy tarde para intentarlo. En fin, se nos fue el tiempo.

Yo tuve una guerra particular con el tiempo en 2015. De hecho, creo que ha sido el año que dormí menos desde que tengo uso de razón.  Fue fácil: por el afán de conseguir lo que necesitaba, esperaba ansioso el tiempo necesario para hacer de todo.

Mientras jugaba mi particular partido con el tiempo, quería avanzar en otras cosas e iba imaginado escenarios posibles. Entonces era Patrick versus el tiempo y, a su vez, mi mente trabajaba 24 x 24. Agobiante. Desesperante. Estresante. Sin embargo, no me enfermé.

El 2015, para mi, se quedó por la mitad. La otra mitad toca trabajarla estos primeros meses del año. No fue lo que esperaba: lo trabajé, lo luché, lo pensé, pero eso no siempre es garantía de buenos resultados; pero al menos sí sirve para saber que estás en la ruta correcta.

Este año ya no quiero ganarle al tiempo, tan solo quiero que llegue el momento, cuando sea, el mes que sea, el día que sea, a la hora que sea. ¡Coño, algo uno tiene que aprender en doce largos meses!

 

Un día normal es un día de furia

Convivo con 30 millones de William Foster, aquel genial papel que hizo Michael Douglas en la película «Un día de furia», por allá por los años 90. Digo que convivo porque Venezuela está repleta de Fosters que caminan iracundos y de mal genio, que contienen su rabia o arrechera -llámala como quieras- y que, en la mayoría de los casos, no saben como canalizarla. Y no es para menos. Seguir leyendo «Un día normal es un día de furia»

Un taxista víctima de la Patria

Salgo de mi casa y me toca tomar un taxi. Sacó la mano y uno se detiene. Le digo adónde voy. Me pide 250 bs. Le rebajo 50. Vente, pues, me dice. Apenas me siento, el taxista recibe una llamada: «No, vale, esa vaina cambió. No sé cómo voy a hacer. Solo dan 80 números en la Duncan y hay que quedarse a dormir. No puedo ir con Keyber, tengo que ver dónde lo dejo. Voy a trabajar hasta al mediodía y luego me lanzo a la Duncan». Seguir leyendo «Un taxista víctima de la Patria»