Poco a poco voy descubriendo el padre que quiero ser. Hay días buenos, otros no tanto. Veo, pienso, reflexiono, leo, imagino. De todo un poco. No tengo afán por ser el padre perfecto, pero sí uno que pueda descifrar las necesidades de mi hija.
Valerie cumplió dos años hace pocas semanas. Ha cambiado y está haciendo su entrada triunfal a otras etapas: algunas veces cuesta más para que haga la siesta después del almuerzo; ya rechaza algunos alimentos; de vez en cuando practica el arte de tirarse al piso a llorar; cuando salimos a la calle solo quiere que la carguen. Y así. Ante todas esas actitudes, mi esposa y yo hemos respondido hablándole y tratando de entenderla. Es decir, con mucha, muchísima paciencia.
En las últimas semanas la hemos llevado al parque varios días. Al principio me molestaba un poco que no disfrutara del tobogán, que no se subiera a los juegos. No la regañaba pero sí le insistía para que se montara así como otros niños lo hacían. Hasta que una tarde de esas me dije que no podía presionarla, que ella era feliz así, viendo a los otros niños, observando todo la que la rodea, caminando de un lado a otro y jugando con algunas piedras. Tenía que respetar su manera de disfrutar ese espacio. Al final, lo más importante es compartir y dejarla crecer.
Valerie me llama papá, pero no sabe exactamente qué significa eso. Solo sabe que su mamá y yo estamos con ella la mayor parte del tiempo y que le hemos dicho que debe llamarnos así. Solo eso. Pero siento que cada momento compartido se traducirá en algo importante y que ella irá almacenando en su memoria, y eso la ayudará para que vaya formando su concepto de padre y madre. Por ejemplo, desde que nació le leo cuentos, pero es ahora que los comienza a disfrutar. Tanto así que ella me trae los libros y me pide que me siente con ella en el piso. Ese momento es único. También reconoce los libros que yo leo y cuando los ve, los agarra y me los lleva adónde esté. Y si no estoy, los ve y le dice a mi esposa: “papá, papá”. Reconoce mi teléfono, mis lentes, mi reloj.
No tengo en mente cómo seré con ella de aquí a cinco o diez años, pero lo que sí tengo claro es que no voy a desperdiciar cada minuto en el que pueda hacerla reír y así gozar de sus carcajadas; de hablarle, de explicarle las cosas que pasan a nuestro alrededor; de ganarme su respeto respetándola a ella; de dormir juntos con su mano sobre mi oreja; de leerle mil veces el mismo cuento y que me interrumpa cada dos oraciones. Siento que es la mejor manera de crecer juntos, siento que es el padre que quiero ser.
QUE BELLEZA!!!!! CONFIESO QUE SE ME AGÜARON LOS OJOS MI PATRICK Y ES QUE SON LO MAS MARAVILLOSO DEL PLANETA TIERRA….
Gracias por leerlo y comentar. No logro identificar tu identidad por aquí, quién es?
Ojalá todos los padres vieran el mundo de sus hijos como tú, saludos desde mi blog
Gracias por escribir. Saludos!
Qué belleza de post. Cuando una mamá tiene al lado a un papá que se hace estas preguntas y piensa en estas cosas, todo va mejor. Y para una hija, esto es un regalo para toda la vida. Gracias por compartir tu experiencia 🙂
Gracias! Para mi esto de ser padre ha sido un constante aprendizaje, además de descubrir otra parte de mi. Gracias también por la nominación al premio Liebster. Saludos!