Han sido días duros. Días oscuros. Noches largas. Han sido dos semanas de mucha tensión en Venezuela, país donde vivo. Mi país. Quizás cuando leas este post continúe la llamada “tensa calma” o, posiblemente, algo haya cambiado. No sé. Por aquí el desánimo es inmenso. El miedo se siente en la calle, se detecta en las miradas. Hasta el silencio nos atemoriza.
Cada noche, desde que arrancaron las protestas, converso con mi esposa de lo que está pasando. Ella se siente mal, cree que al no salir a la calle a protestar pacíficamente, le está fallando a esa multitud que está luchando por lo mismo que ella lucharía si no tuviera miedo. Lo de ella no es indiferencia, es miedo. Lo mismo me ocurre a mí: veo o pienso en mi hija, y en ese momento se impone más lo personal que lo colectivo.
Entonces comienzan las preguntas: ¿si me pasa algo, qué pasara con mi hija?, ¿pero si esta lucha es para que nuestros hijos vivan en un país mejor, por qué estoy metido en mi casa? Y así infinidad de preguntas que uno se hace día tras día. Estos han sido momentos de reflexión, de conclusiones, de buscar respuestas. Para el que quiere irse del país, estas semanas han sido el empujón que le faltaba; y para los que se niegan a abandonar su patria, han sido días para replantearse la vida.
Escucho gente que está harta de la política, que todo es política y más política. Para bien o para mal, es algo que forma parte de nuestras vidas; no siempre podemos voltearle la cara. Y a veces, por esa indiferencia, terminamos tomando malas decisiones y perjudicando a un colectivo. Es importante observar la realidad de tu vecino o de tu amigo, no solo la tuya, para luego hablar.
La situación actual del país me agota mental y físicamente. Han sido momentos en los que me he encontrado, al mismo tiempo, con la tristeza, rabia e impotencia. Y ese coctel de sentimientos lo deja a uno por el piso. En estos días de censura, las redes sociales han sido mis mejores amigas, además de mis hermanos, que viven en el exterior, y me mandan videos y fotos de lo que está ocurriendo.
Solo he querido desahogarme en estas letras y contarles parte de lo que vivimos mi esposa y yo estas últimas semanas. Aunque creo que esto no solo lo estamos viviendo nosotros dos, sino más de la mitad del país.